Aventuras inesperadas (segunda parte): La vida en Candelario

Una vez llegamos al camping, uno de los más expermientados de la zona (llevaba 6 días allí encerrado) nos contó un poco donde y como funcionaban las cosas allí. Primero fuimos a ubicar las carpas y luego nos dirigimos a la famosa zona común, una edificación pequeña y mal cuidada con una mesa grande con capacidad para 20 personas y una cocina de leña que no paraba de hechar humo.

Entramos bajo la atenta mirada del gran grupo de gente que estaba sentada en la mesa. Se respiraba un ambiente extraño, con mezcla de desesperación en algunas caras a optimismo y esperanza en otras. Cada cual immerso en conversaciones que en ese momento nosotros 4 eramos incapaces de entender. Las primeras personas que se dirigieron a nosotros fueron una amable chica de Taiwán (Iris) y una señora canadiense en tono divertido preguntaron: "Ya sabeis todo sobre el barco que nunca viene?" - "Sí" - dije yo (ya veníamos informados desde El Chaltén
por el mismísimo capitán de la embarcación) - "Y en teoría no va a salir hasta el jueves" - Ellas se rieron y pronto pasamos a formar parte del gran grupo del comedor.




Más tarde descubrimos que en el camping se alojaban mas personas que preferían vivir aislados de la multitud dentro de la soledad de sus propias tiendas. El día sieguiente, martes 30, amaneció con una gran notícia. Un barco (diferente al habitual) iba a llevar a los primeros 12 afortunados de la lista al otro lado del lago. Esa lista, la controlaban los Carabineros chilenos que nos dieron la bienvenida en la frontera y la realizaban exclusivamente por orden de llegada a la misma (independientemente de si se disponía de una reserva para el barco o no). Nosotros, al ser los últimos en llegar sabíamos que no nos tocaba pero nos despertamos a las 7 de la mañana entre gritos de júbilo que clamaban al famoso barco.



El primer grupo de gente se fue, pero hubo gente que no conoció la notícia a tiempo y partió de vuelta a Argentina (con toda la dificultad que ello conllevaba) pensando que no habría barco hasta el jueves.

Al final se quedaron por orden: Iris (la teórica primera de la lista), la pareja de canadienses de avanzada edad, Roberto (un chico peruano e incansable trotamundos), una pareja de chilenos que no se dejaban ver mucho por el comedor, Scott y Olivia (una pareja de ingleses cicloturistas) y nosotros cuatro, después de la huida de algunos que ya no creían que el barco pudiera venir el jueves o otros para los que el jueves era demasiado tarde en sus calendarios de viaje. A los 12 que nos queríamos quedar sí o sí, se unieron nuevos personajes a diario durante los 4 largos días que pasamos en Candelario.

Nuestro plan se basaba en sobrevivir a base de:

- Desayuno: 6 paquetes de tostaditas, 3 botes de queso Finlandia (una imitación de nuestro gran amigo Filadelfia) y 1 bote de mermelada de frutilla (fresa en España)
- Comidas: 5 latas de lentejas, 5 latas de porotos (habichuelas en España) y 5 latas de menestra de verduras jardinera. Siempre sazonado con pimentón rojo o curry.
- Cenas: 1,2 kg de macarrones, 1 kg de arroz, 5 paquetes de tomate frito y 5 latas de atún.

A parte teníamos como 5 paquetes de galletas de chocolate y medio kilo de pasas rubias, que nos ayudaban a llegar a las comidas con la barriga un poco menos vacía.

El primer día decidimos hacer poco, debido al gran esfuerzo del día anterior y nos dedicamos solamente cada uno a lavar su ropa y a socializar con la gente. El segundo día, queríamos ir a hacer un trekking por la zona (que era preciosa) pero el miedo a la imminente y inesperada partida del barco (como sucedía el día anterior) nos lo impidió y acabamos dedicando el día a la reparación y revisión de nuestras bicis. Ése día recuerdo que también llegaron muchos nuevos. El tercer día era el dia indicado, el jueves 1 de Febrero. Yo me desperté el primero, inquieto y con ganas de irme. Tantas ganas de irme que fui a las 7 dispuesto a ducharme con agua helada. Pero más inquietos que yo estaban la pareja canadiense, despierta desde las 5 y echando leña al fuego de la cocina y de la ducha (que también se calentaba quemando madera), la pareja de ingleses (que marchaba en ese momento dirección al puesto de carabineros a preguntar) y Iris (que degustaba su té sentada en la mesa). Esa ducha caliente me sentó a gloria, hasta que minutos después llegaba Scott llamando a los mañaneros a reunión. Y se confirmaron nuestros peores augurios, el notable viento no permitía la apertura del puerto a lo largo de todo el día y nos teníamos que quedar como mínimo un día más.

Fui corriendo a despertar a mis compañeros (me encanta dar malas noticias, no se porque) y les confirmé que la lata extra de atún y lentejas que nos comimos el día anterior a modo de celebración se iba a hechar en falta. Todos nos miramos, un poco tristes y juntos fuimos a el comedor a desayunar. Ese día, que empezó con la peor noticia, acabaría inesperadamente siendo el más divertido de todos.

Lentamente se fue despertando todo el mundo y entre ellos, un grupo de chilenos jóvenes que nos habían invitado a comer un poco de carne la noche anterior. Estuvimos hablando y decidimos acompañarlos a pescar al lago.  Las cañas eran dos latas de cafe envueltas en hilo de pescar y con uno de los dos anzuelos construido a mano por Uri después de estar limando durante una hora un pedazo de cable eléctrico. Caminamos durante una hora para encontrar el lugar perfecto pero el viento soplaba en todas partes y con ello se reducían las pocas opciones de éxito que teníamos. Al final elegimos un lugar y aunque Ronnie (uno de los chilenos) era un gran experto en lanzar el anzuelo, no conseguimos llevar nuestra tarea a buen puerto.



Pero la frustración trajo otra idea, la recolección de frutas silvestres. De vuelta al campamento nos hicimos con frambuesas, brosellas, murtillas, chauras y los archiconocidos calafates (la  fruta autóctona estrella del lugar) y con la colaboración de todos hicimos una mermelada buenísima, que aunque sobrepasaba el kilo no duró ni 15 minutos en el comedor.



La noche la redondeamos con un asado multitudinario a 2 lucas (2,8 €) el kilo al que se apuntaron más de 30 hambrientos comensales que estuvieron devorando carne hasta pasadas la 1 de la madrugada.



El día siguiente, viernes aunque nos fuimos con gran alegría, nos dimos cuenta de que habíamos creado unos vínculos muy fuertes con mucha de la gente de aquel lugar y eso lo representamos fundiendonos en fuertes abrazos con los compañeros que aún debían quedarse. Luego nos dirigimos al puerto, donde los carabineros nos iban a nombrar por lista de uno en uno hasta completar el cupo de 16 asientos del pequeño barco (aquí hay alguno más que bajó por si las moscas).



Nona, Uri, Marc y Emilio por ese orden fuimos nombrados y después de desmontar las bicicletas emprendimos el cruce del gran Lago ´O Higgins.

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