Cruzando la tierra del fuego

Me desperté con una dosis extra de motivación a las 5:30 con ganas de empezar un nuevo día sobre ruedas. Lo preparé todo (pan con dulce de leche incluido) y volví a cerrar la barrera de aquel cercado que me había dado cobijo. Después me puse a pedalear y siempre recordaré lo que fue un no parar de recibir bandazos para un lado y para otro. Cada vez que pasaba un camión mis manos se aferraban al manillar con fuerza y mis brazos extendidos y tensionados trataban sin éxito de que nada se moviera. Cuando no podía más me bajaba y caminaba junto a la bici durante unos pocos metros. Pero lo volvía a intentar, con la esperanza de llegar a Río Grande antes de las 10 de la mañana. En una de esas, me encontré con una bajada de las de hacer récord de velocidad y pensé que sería un buen momento para recuperar energías. Pero nada mas lejos de eso! Tuve que poner plato pequeño, piñon grande y ponerme de pie a pedalear como un loco para no vermelas subiendo marcha atrás. Aquí podéis ver el resumen de la etapa para que os podáis hacer una idea de lo duro que fue:



Después de 4 horas de lucha, ya divisaba la ciudad y eso me motivó a darlo todo. De repente, un vehículo que circulaba en dirección contraria se paró. De ese vehículo salió un italiano de unos 65 años de edad con un casco de bicicleta puesto y me paró en seco. Me contó un poco sobre la ruta y confirmó mis peores augurios sobre el viento. El viento no es pasajero sino que sopla día tras día sin pausa. Me recomendó también el pasar la noche en Río Grande en la Casa Azul de Graciela (cosa que yo en ess momentos ni pensaba) y me dió uno de los consejos más valiosos para atravesar la pampa: "Deja de luchar contra el viento y usa tu dedo pulgar con inteligencia". Después de unos 10 minutos, él emprendió su viaje de nuevo y yo mis últimos kilómetros en dirección al pueblo. Mi entrada fue bastante triunfal, ya que después de unos 300 metros más de lucha, una curva a derechas me dejaba mis primeros 3 kilómetros con viento a favor del viaje. No os podéis imaginar lo increible que fueron esos 3 kilómetros. Yo iba sin pedalear a velocidades de entre 25 y 30 kilómetros por hora constantemente. Y vino mi segundo encuentro del día. Eran dos guerreros italianos, Marco y Miquele que iban haciendo relevos para superar esa larga recta en dirección contraria. Mi encuentro fue para ellos una buena excusa para darse una tregua muy productiva en la que intercambiamos consejos sobre la ruta. El más beneficiado fui yo, ya que me llevé consejos impagables sobre la Carretera Austral y las distintas paradas en la ruta.

Cuando los 3 kilómetros terminaron, mi pesadilla volvió y me refugié en el supermercado donde compré unos enseres básicos. Al rato seguí, y el viento era aún más fuerte. A pie arrastrando la bicicleta, crucé Río Grande y al otro lado del pueblo empecé a probar la técnica del dedo pulgar. A la media hora se me unió un joven de Israel que viajaba únicamente así y los dos estuvimos probando y compartiendo unas uvas que compré a lo largo de 3 horas. Pero no funcionó...

Siguiendo el otro consejo del italiano, me despedí del chico de Israel y me dirigí a la Casa Azul de Graciela para pasar la noche. Retroceder esos 12 kilómetros fue la mejor decisión del día y pasé una noche inolvidable junto a Graciela (la propietaria del lugar) y a otra mujer que venía con su anciana BMW des del Québec.


Y esta fue la buenísima cena que nos pegamos para hacer que la lucha contra el viento, quedara como un pequeño detalle del día.


Al día siguiente, me dirigí a San Sebastián, el cruce fronterero entre Argentina y Chile. Me levanté muy temprano para poder pedalear en las horas de menos viento pero después de 60 duros kilómetros ya no podía mas. En medio de la nada, volví a probar suerte con mi pulgar a la vez que iba avanzando a ratos con la bicicleta. A las dos horas funcionó, y dos amables Salteños (nacidos en la ciudad de Salta en Argentina) se pararon y me llevaron los últimos 30 kilómetros que había hasta la frontera en su pickup. Ellos se dirigían a trabajar al campo, en un yacimiento de petróleo y me contaron todo sobre las dificultades que entraña el vivir en Tierra del Fuego a lo largo del año para personas acostumbradas a un clima mucho más cálido y tranquilo.

Una vez en la frontera, pensé que era demasiado tempranoy decidí pasar y segui mi camino hacia la frontera chilena. Lo que no sabía era que me esperaban 17 kilómetros de viento en contra y un ripio (camino de tierra) malísimo para bicicletas. Pero lo hice, y pasada la frontera devoré una hamburguesa con queso, una empanada de carne, una cocacola, media tableta de chocolate de 300 gramos y un café como si fuera un león que no ha comido en una semana.

Después vi que había un hostalito donde hospedarme y me fui de cabeza. El encargado resultó ser un chileno que había vivido 38 años en Barcelona y que hablaba catalán y era del Barça, cosa que me hizo sentir como en casa. Después de descansar un ratito, fui al bar del hotel a tomarme una cerveza cuando ohí alguien hablando holandés (mi cuarta lengua). Mi amigo catalano chileno, me comentó que la pareja en cuestión también andaba en bicicleta y eso fue mi excusa perfecta para sentarme a cenar con ellos y estar compartiendo experiencias ciclistas durante horas.  Ellos eran Jack i Gertje, dos holandeses de Eindhoven con un amplio historial de viajes cicloturistas por el mundo que me dieron (una vez más) consejos increibles.

Lo que me faltaba para llegar a Punta Arenas (para encontrarme con mi amiga Mariona) era más duro de lo que pensaba. Dos días de lucha contra el viento sobre el famoso ripio, aunque según ellos podría disfrutar de unas vistas increibles y una vez en Porvenir (el siguiente pueblo a 150 kilómetros) coger un ferry de 2 horas.

Una vez mas me levanté temprano, cargué 4,5 litros de agua (por consejo de Gertje) y empecé a pedalear. No fue hasta que llevaba 50 kilómetros que recordé que había olvidado el otro consejo de Gertje (coger reservas de comida) y empecé a pensar apesadumbrado que me esperaban 3 días de arroz (si me llegaba para tanto). Pero fue en el kilómetro 60 otra vez, ya completamente exhausto cuando un milagro ocurrió. Llevaba 2 horas solo en la carretera, sin ver coche alguno, cuando una pickup roja conducida por el super amable abogado del pueblo de Cámeron, pasó por mi lado. Yo recuerdo que estaba tan concentrado que ni me di cuenta al principio por lo que mi dedo pulgar estaba descativado pero paró y me llevó hasta el pueblo de Porvenir. El trayecto en coche fue precioso y tuve una interesantísima conversación con él sobre política catalana y mundial que hizo que se me hiciera cortísimo.

La noche la pasé en el hostal Carmencita, propiedad de una señora de unos 80 años que me trató de fábula y el día siguiente cogí el ferry dirección Punta Arenas.




Allí me esperaba mi buena amiga Mariona, con su sonrisa y ganas de hacer cosas. Para mi, el hecho de ver una cara amiga después de un comienzo tan duro me hizo sentir genial!

Mariona se hospedaba en casa de otra amiga de Girona, Laia. Ella vive en Punta Arenas y después de trabajar no dudó en ocultar su cansancio y salir a mostrarnos los puntos de más interés de la ciudad. 


Después fuimos a dormir temprano a su casa donde vivimos las últimas horas antes de empezar una nueva jornada a pedales, esta vez acompañado dirección a la ciudad de Puerto Natales.

Gracias Laiaaaaaa!


Comentarios

  1. Wuauuuu...quina aventura Marc!!! I que bé que ho descrius...Hem sembla que estic sentint el vent austral!! Espero amb moltes ganes la següent entrega.!!😊👍

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